Los Cafres: la historia de la banda que marcó el futuro del reggae en Latinoamérica
Escrito por Marcos Alvarez el 3 enero, 2020
Fuente: Rolling Stone
Por: Emilio Zavaley
Después de más de 30 años de carrera con Los Cafres y muchísimas conferencias de prensa por todo el continente, Guillermo Bonetto todavía está impactado con una que dio el 20 de noviembre en Rockin’ Bar, un espacio de Palermo Hollywood que las bandas suelen poner como punto de encuentro con los medios cuando tienen algo que contar. “Duró casi cuatro horas. Respondimos más de 40 preguntas y antes hicimos entrevistas con la TV Pública y otros canales”, dice Bonetto durante la producción de fotos para la primera edición de Rolling Stone de 2020 en su casa de Benavídez, sobre el evento: el motivo de la convocatoria era que la banda había lanzado semanas antes el video de “La flor”, que convirtió la salida de uno de los cortes del Volumen 1 de Hoy – 3Décadas -la trilogía de discos con la que están celebrando su trayectoria- en un gesto de activismo poco común para la banda.
Con la dirección de Octavio Lovisolo -que había trabajado con Los Cafres en 25 años de música, Mejor DVD de los Premios Gardel 2014-, el clip apoya la causa del cannabis medicinal: tiene como protagonistas a Roxana Poggiolini -la presidenta y fundadora de la organización Cultivando Conciencia- con sus hijos Luca y Marco, que sufren epilepsia refractaria y autismo, respectivamente, y a Hernán de H2OHidroponia, un militante del cultivo hidropónico, mostrando en el clip los pasos para preparar el aceite de cannabis como el que consumen los chicos.
El tecladista Claudio Illobre, el integrante más antiguo de Los Cafres luego de Bonetto y uno de sus principales compositores, creó “La flor” sin la intención de que tuviera un rol militante. Tomó otra dirección en su parte visual por el documental Weed the People, que muestra cómo en Estados Unidos los padres de niños enfermos con cáncer luchan para conseguir que sus hijos sean tratados con cannabis medicinal porque, aunque en varios estados fue aprobado el uso médico, a nivel federal se lo sigue considerando una sustancia ilegal. En Argentina, la ley 27.350 -sancionada en 2017- regula la investigación médica y científica del uso medicinal del cannabis. Lo que es un avance para un Estado que suele ser prohibicionista también deja afuera a mucha gente: la ley solo contempla la epilepsia refractaria como enfermedad a ser tratada con el cannabis y excluye a otras como el cáncer, el alzhéimer, párkinson y el autismo. O sea que, en el caso de Roxana, uno de sus hijos es alcanzado por la ley y otro no.
Eso, dentro del colectivo, que también integran organizaciones como Mamá Cultiva, la colocó en el lugar de las disidencias. Y Claudio, que siempre vio a Los Cafres como disidentes dentro del rock nacional, sintió una conexión especial cuando la conoció en el difícil proceso de encontrar a los protagonistas del video. Ella no dudó en aceptar la invitación de mostrar su cara y las de sus hijos. “Cuando escuché la letra de ‘La flor’ era como todo lo que yo sentía, lo que nosotros sentimos desde el activismo”, explica Roxana. “Recuperamos nuestra vida a partir de una planta y un cultivador nos devolvió la esperanza que nos había sacado un sistema macabro y perverso”.
Al tener cogollos, plantas de marihuana y mostrar el paso a paso de la preparación del aceite de cannabis, YouTube no les permite a Los Cafres promocionar el video para que se lo sugiera a una mayor cantidad de usuarios. Al cierre de esta edición, tenía 215.000 reproducciones. Tampoco pueden cobrar los derechos por fonograma. Pero a la banda le importa la visibilidad que le da a la causa. “Es fuerte porque no podés decir nada frente a ‘La flor’. Porque un careta puede decir: ‘Ahí está, el rasta, el drogado con todas las plantas de marihuana’. Roxana es una guerrera. Es tan noble todo lo del video. Tenés que ser muy estúpido para ser tan sorete y estar en contra del cannabis medicinal”, dice Bonetto.
“Nos comimos tantas cosas hasta que la pegamos”, dice Bonetto en nuestro primer encuentro, una mañana de noviembre en su casa de Benavídez mientras tomamos mate y uno de sus 10 perros (ninguno de raza, un par fueron rescatados y el resto son crías que tuvieron) me apoya el hocico en la pierna esperando que le convide un pedazo de las galletitas que estoy comiendo. El cantante repasa la carrera de Los Cafres hasta convertirse en la banda más importante de la historia del reggae en español, la que descifró la métrica modelo del sonido roots para cantarla en castellano a más de 6.000 kilómetros de Jamaica, y que, lejos de los dogmas del rastafarismo que siempre rodearon al género, abrió una nueva escena para el sonido en Latinoamérica. Pero no fue fácil: en los 17 años que pasaron desde su primer show en 1987 hasta la salida de Quién da más, su multipremiado quinto disco de estudio, Los Cafres estuvieron en los márgenes de la primera explosión comercial del género con Los Pericos y La Zimbabwe, tuvieron un parate de dos años en el que Bonetto e Illobre vivieron en Canadá, y, a su vuelta, editaron cuatro discos y vieron cómo la industria los tomaba como referentes de la escena, pero no les daba demasiada difusión. Sus integrantes vivían haciendo malabares entre profesiones varias, que les aseguraban un ingreso para sostener sus hogares y familias y seguir con el sueño de tocar reggae. “Eso nos hizo más sólidos como artistas para cuando nos tocó entrar al mainstream”, asegura Bonetto.
Pero si hubo algo que volvió sólidos a Los Cafres fue el conocimiento que tenían del reggae que querían tocar. Una formación musical erudita sobre el género, alimentada por espíritus melómanos que se pasaron horas recorriendo cajas de vinilos en ferias como las del Parque Rivadavia, en busca de las joyas que llegaban desde Jamaica o Inglaterra.
Otro sostén de Los Cafres durante este tiempo fueron sus cabezas principales, Bonetto e Illobre, que se reparten tareas para mantener el equilibrio de este colectivo musical. El cantante tiene un rol más activo como líder, quizás por influencia de su padre -un ingeniero civil que le enseñó a ser ordenado y esforzarse para conseguir sus objetivos-. El tecladista es el que analiza detrás el impacto de las decisiones en todo el grupo. Y así como se criaron en ambientes totalmente opuestos, los une una pasión musical y la misión de mantener con buena salud este proyecto, aunque eso haya derivado en cambios de integrantes en la banda.
Guillermo Bonetto nació en 1968 como el primer hijo varón del matrimonio de Abelardo Bonetto y Marta Medina. Creció en el barrio porteño de Belgrano y sus padres -un ingeniero civil y una enfermera- lo criaron a él y a sus cuatro hermanas con una libertad absoluta. También les dieron una orientación artística: mientras sus hermanas se dedicaban a la danza, el canto y las artes plásticas, su primera pasión fue el dibujo. Después de la primaria, empezó a viajar hasta Flores en el 63 o el 113 para cursar el secundario en el Fernando Fader, uno de los pocos colegios especializados en dibujo que existía en ese momento, a comienzos de los 80. Para tercer año, la educación tradicional no estaba estimulando demasiado al joven Bonetto que, finalmente, abandonó ese colegio y saltó a un comercial de repetidores, el IADES, en la calle Montevideo entre Lavalle y Corrientes. Ese colegio también lo dejó y consiguió el objetivo que tenía desde que se había ido del Fader: estudiar historieta en la Escuela Panamericana de Arte, que entre sus profesores tenía a Alberto Breccia, ilustrador de algunas obras de Héctor Oesterheld, el creador de El Eternauta.
“De chico cantaba. Pedía que alguna de mis hermanas pusiera un disco, Sounds of Silence de Simon & Garfunkel, y en mi inglés jeringoso y por fonética cantaba. Lo hacía con público en mi cabeza: cerraba los ojos y le cantaba a mi compañerita de jardín de la que estaba enamorado”, cuenta Bonetto. “Y si bien siempre canté porque me encantaba, después de ese período eso se fue y nunca tuve la idea de que podía ser músico”. Luego de ese primer contacto con la música entre discos de Glenn Miller y los tangos que escuchaba su madre, a los 12 se volvió fan de Kiss. El dinero que le daban sus padres para el colegio lo usaba para comprarse discos, y cuando volvía del colegio se pasaba horas escuchándolos y prestándole atención a cada detalle del arte de tapa. En la Panamericana de Arte tenía como compañero a Félix Gutiérrez, el bajista de Todos Tus Muertos, que se convirtió en la primera persona que le hizo escuchar reggae. “Me dio un casete que de un lado tenía a los Sex Pistols y The Clash y del otro lado tenía a Bob Marley y Peter Tosh. Un día me estaba bañando, dejo ese lado de reggae que nunca escuchaba y cuando empieza a sonar digo ‘¿Qué es esta música de Hawái?'”, cuenta Bonetto. “Obviamente el reggae no me había entrado”.
Claudio Illobre nació en 1965 y vive en la misma casa de Isidro Casanova donde se crio. A diferencia de lo que pasaba en el hogar de los Bonetto, la música no era parte de la dinámica familiar. Se pasaba los días armando carritos a rulemanes y pintándolos como si fueran los autos del Turismo Carretera para tirarse luego por las calles en bajada del barrio. La conexión musical llegó por su hermana que estudiaba guitarra y una fascinación especial por Sui Generis. “Yo estaba loco con Vida y Confesiones de invierno. Le agarraba la guitarra a mi hermana. Quería ser Charly García y necesitaba un Nito [Mestre], así que me iba a la casa de un amigo que vivía a la vuelta y hacíamos que éramos Sui Generis”, recuerda. El amor por Charly también lo llevó a ver en vivo uno de los recitales más legendarios del rock nacional, el primero en un estadio de fútbol: la presentación de Yendo de la cama al living el 26 de diciembre de 1982 en la cancha de Ferro Carril Oeste en Caballito, al que Charly llegó en un Cadillac rosa y que tuvo como momento cúlmine “No bombardeen Buenos Aires”, con proyectiles de utilería cayendo sobre la escenografía diseñada por Renata Schussheim. Después de esa experiencia que hasta el día de hoy recuerda con lujo de detalles, le tocó hacer el servicio militar obligatorio.
En los meses finales de la última dictadura cívico-militar estuvo destinado al Batallón de Infantería de Marina N°3 de La Plata, uno de los lugares usado como centro clandestino de detención. “Era muy flaco, no podía ni levantar el FAL”, dice Illobre, que también estuvo de guardia en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, en las calles Juncal y Carlos Pellegrini, donde los militares se juzgaron a sí mismos antes de que se realice el histórico Juicio a las Juntas impulsado por el entonces presidente Raúl Alfonsín. “Tenía que abrir el garage cuando entraban esas basuras”, dice.
Cuando terminó el servicio militar, volvió al barrio y la música se hizo más presente: casi no se juntaba con los amigos que paraban en la esquina de su casa porque se iba a Capital a ver recitales. “Iba a todos: Zas, Alejandro Lerner, Fito”, cuenta. También quiso estudiar piano. Se anotó en la escuela de Lito Vitale, pero cuando tuvo que comprarse el instrumento, usó sus ahorros para comprarse un jeep a medias con un amigo.
Tanto a Illobre como a Bonetto el impulso melómano los llevó a descubrir el reggae. En el caso del tecladista, fue su rol como DJ de los asaltos que organizaban unos amigos en Ciudad Evita, cerca de su casa: “Yo tenía Uprising [de Bob Marley & The Wailers] y, como poníamos funk y disco, poníamos ‘Could You Be Loved’ de ese álbum porque era un tema casi disco”. Después más adelante, en un recorrido por disquerías del centro, consiguió un disco de Dennis Brown y otro de Errol Dunkley, que ahora es uno de sus cantantes favoritos. Además, su presencia constante en recitales lo hizo ver en vivo a Sumo, que con la información que traía Luca Prodan de Europa fue una de las primeras bandas en hacer temas de reggae, y Alphonso S’Entrega, otro grupo local pionero en tocar ska y reggae -después de su disolución en 1990, parte de esa banda formó Los Romeos, los creadores del hit “Basura”-. También fue a ver a Los Pericos, y en ese circuito de recitales conoció a Gonzalo Albornoz y Pedro Pearson, el bajista y el sonidista de Los Cafres, respectivamente. Con ellos formó su primera banda Montego Babilonia, que después pasó a llamarse Mercado Negro. Además, hizo el primer fanzine sobre el género, Suburban Roots. “En el número 1 le hice nota a Los Pericos y en el 2 a La Zimbabwe, que eran increíbles. Eran los comienzos del reggae acá y en vivo sonaban como en un disco”.
Para Bonetto fue clave Adrián Canedo, que en ese momento era novio de su hermana Leonora y más tarde se iba a convertir en uno de los fundadores de Los Cafres y en el baterista hasta Suena la alarma, el tercer disco de la banda editado en 1997. “Yo era melómano desde chiquito y mientras ya estaba escuchando bastante reggae, él estaba muy con el punk-rock. Le empecé a llevar música, un día prendió el reggae y Guille se metió de lleno”, recuerda Canedo.
Bonetto tenía muy buena relación con el novio de su hermana, que le llevaba dos años de diferencia. A veces se juntaban a fumar porro y a escuchar música. Él fue quien le mostró Elvis Costello, XTC y otras bandas entre las que estaba UB40. “Nos gustaba, pero yo no sabía que eso era reggae. Hasta que escucho un disco en vivo de Gregory Isaacs [el de la serie Reggae Greats editado en 1984], y eso fue la gloria. Uno de los mejores que escuché en mi vida”, cuenta Bonetto. Al poco tiempo, conoció a la banda jamaiquina Culture y a la británica Matumbi y fue como un golpe letal: esa “música de Hawái” le había cambiado la vida. “Culture es una de las bandas más ásperas en la forma de cantar. Joseph Hill era como un cartonero cantando un reggae. Era como la síntesis del género, con una voz bien de negro. No te digo que era soul, pero era muy raro. Si te gusta eso, te gusta el reggae. Y Matumbi era colgado para la época, super fino y potente. El reggae inglés es muy especial y tiene mucho que ver con su cantante, Dennis Bovell, que hizo mucha escuela”. En 2018, en una de las visitas de Bovell a Argentina, Bonetto terminó grabando a su ídolo en su estudio.
“Yo me dediqué al dibujo, pero evidentemente era un artista de las tablas”, dice Bonetto. A mediados de la década del 80, aunque tenía muy poca formación como músico -por rebeldía fue el único de su familia que no estudió piano-, estaba decidido a ser parte de una banda. Después de descubrir el reggae, y gracias a la “la libertad artística” que otorgaban sus padres, Bonetto tuvo la primera banda con Canedo en su casa. Él tocaba la guitarra criolla y la rasgueaba sin marcar ningún tono y Canedo tocaba una batería armada por cajas de bombones y latas. Por insistencia de Bonetto, que quería armar un grupo como fuera, su cuñado aprovechó el ofrecimiento de un amigo que tenía una sala de ensayo y sumó a dos amigos: uno que sabía tocar “algo” el bajo, Roberto “Robba” Razul -al que había conocido cambiando discos de reggae en el Parque Rivadavia-, y a Ariel Müller, “que tocaba bien el piano”. Más que ensayar, lo que todos hacían en esa sala -sacando a Müller- era aprender a tocar los instrumentos. Al poco tiempo, se incorporaron Gustavo “Tendón” Pilati como guitarrista -que hacía capoeira con el “Robba” en el Centro Cultural Rojas- y Eduardo “Equard” Petralis en percusión, que actualmente es el iluminador de la banda. Para esa época ya habían definido el nombre. Según Bonetto, fue Canedo el que eligió la palabra “cafre”, que se repetía en el libro que el autor español Jesús Ordovas publicó en 1980 sobre Bob Marley. “Era como decir ‘chabón'”, dice el cantante. “A mí no me gustaba al principio. No me identificaba porque puede tener un significado peyorativo, pero con el tiempo fue fantástico, porque su significado varía en muchos lugares y el denominador común de todos esos significados es que un cafre es alguien que está fuera del sistema”.
Mientras ensayaba con Los Cafres, Bonetto tuvo su debut oficial como músico con otra banda: Los Pericos. Después de verlo en un boliche, el Bahiano quedó deslumbrado con sus dreadlocks (según Bonetto, eran “unas trenzas” y no calificaban como dreadlocks): cuando se convirtió en el cantante de Los Pericos tras la partida del vocalista original, Danny Boy, lo convocó como percusionista. Tener a Bonetto como integrante de una banda en crecimiento, más la mirada empresarial de Canedo, que fue manager de Los Pericos y desde que abandonó maneja una agencia de booking y management, le abrieron al grupo las puertas del incipiente circuito de reggae local que se estaba gestando. A dos meses de tocar por primera vez con Los Pericos, el 17 de octubre de 1987, Los Cafres debutaron oficialmente en Funk, un local que quedaba en el tercer piso de un edificio en el cruce de las avenidas Santa Fe y Pueyrredón.
La lista de temas de ese primer show tuvo las versiones de “Watermelon Man” y “You Have Caught Me” que Sly & Robbie hicieron en el disco The Sixties, Seventies + Eighties = Taxi (1981) y una versión extendida de “El mighty”. A la formación que venía ensayando en los últimos meses se sumaron Capanga y Chiflo, que entonces eran los vientos de Los Auténticos Decadentes -Chiflo más adelante se fue a La Renga-, y pese a que fue algo caótico, con algunos amigos y conocidos del ambiente copándoles el escenario, él lo recuerda con mucho cariño. “Era la primera vez que estaba cantando delante de gente y sentía que lo había hecho siempre. No me sentía incómodo ni raro”, dice Bonetto. “Me sentía raro de lo cómodo que estaba”.
Illobre, que había conocido a Adrián Canedo viendo a Los Pericos, estuvo en ese show de Funk entre el público. “Fue algo increíble. Los temas duraban como 20 minutos”, recuerda. Al poco tiempo, pisaba por primera vez la sala de ensayo en Caballito que compartían con el Mono Burgos y su banda de rock, La Piara, para convertirse en un Cafre. “Entré y estaba Guille en el piso con las letras. Conocí a Equard, el percusionista que tenía una mesita con latas, y me puse a tocar con él porque yo también tocaba latitas y shakers en un proyecto que tenía que se llamaba Montego Babilonia. Desde ese, estuve en todos los ensayos”.
Para que Los Cafres pudieran tocar en vivo, Bonetto no debía tener fecha con Los Pericos. Así que no tocaban muy seguido, porque la agenda de la banda de Bahiano y Juanchi Baleirón estaba repleta -en dos años Bonetto hizo con ellos cerca de 200 shows-. La presentación más importante de esa etapa para Los Cafres fue en el Jah Picnic, un festival que se organizó en La Manzana de las Luces en el que también estaban La Zimbabwe, Todos al Obelisco y Bombo Klatt, una banda de Zona Sur con Richard Song como cantante, que era de las Antillas Holandesas, y estaba formada con músicos que no eran del palo del reggae. “Era maravillosa la escena en ese momento. Era todo potencial. Estaba todo por delante”, cuenta Bonetto, que no recuerda muy bien cuánta gente había: “500, 400 personas… no sé, quizás menos, pero era un montón. Era todo muy autogestionado. Eso fue un hito, el momento del reggae posta. El Jah Picnic fue LA fecha del reggae”.
En 1988 llega el primer demo con “El mighty” y “La vela”, entre otras canciones, grabado con un joven Álvaro Villagra, que entonces trabajaba con Attaque 77 y Los Fabulosos Cadillacs, en Sonovisión. Además de los vientos de los Decadentes, participaron Sergio Rotman y Fernando Ricciardi de los Fabulosos. Pero el sueño de seguir creciendo se frenó para Los Cafres: aunque Bonetto estaba por dejar de tocar con Los Pericos, la situación económica en 1989, con la hiperinflación golpeando como bola de demolición el poder adquisitivo día a día, lo llevó a abandonar el país junto a su novia Gabriela, con la que después tuvo sus primeros tres hijos. Con el dinero ahorrado de su paso por Los Pericos más su trabajo como ilustrador, tras un show despedida en el Parakultural armó las valijas y se fue a Canadá. Meses más tarde, Illobre siguió sus pasos, y la banda entró en stand by.
“Fui a una universidad de reggae”, dice Bonetto sobre su estadía en Toronto. Casi sin saberlo, después de barajar la posibilidad de ir a Australia y ser rechazado en la embajada cuando fue a tramitar la visa, eligió la ciudad más poblada de Canadá, donde estaban más abiertos a recibir inmigrantes, y donde estaba la escena reggae más importante del mundo, detrás de, obviamente, Jamaica e Inglaterra. Leyendas como Jackie Mittoo, tecladista de The Skatalites, y Leroy Sibbles, el cantante de The Heptones, vivían en Toronto. Pero el plan de Bonetto, su novia e Illobre no era empaparse de música, sino vivir mejor de lo que podían hacerlo en Buenos Aires, y en el caso del cantante seguir desarrollando su carrera de ilustrador. Viajó con un gran portfolio profesional a cuestas y después de trabajar repartiendo volantes con descuentos para que los estudiantes universitarios compraran libros, lavar platos en restaurantes, en un call-center y vender remeras que pintaba, tuvo una oportunidad laboral en el importante estudio de animación Nelvana, del que salieron, entre otros clásicos, Babar y El autobús mágico.
Illobre aterrizó en Canadá seis meses después y su primer hogar estuvo en Hamilton, que queda a 70 kilómetros de Toronto y, según lo define el tecladista, era en ese momento “un lugar gris” y algo peligroso (una vuelta tuvo que volver corriendo a la casa porque lo perseguía una pandilla “tipo Hells Angels”). En una de las visitas a Bonetto en Toronto, se quedó en su casa durmiendo en un sofá hasta que consiguió trabajo y pudo pagarse una habitación. Primero fue ayudante de la construcción y luego asistente de cocina y bachero en un restaurante de comida peruana, en el que se quedó como un año y medio. “Tenía una radio arriba de la bacha. Ponía los programas de reggae, y mientras lavaba los platos, apretaba REC para grabar la música en casetes. Era la época del dancehall”, cuenta.
Del dinero que ganaban, una parte importante iba destinada a shows, con entradas que costaban entre 20 y 35 dólares canadienses (al cambio actual, serían unos 15 y 27 dólares estadounidenses). Vieron en vivo, y en lugares con poco público, a la mayoría de sus ídolos: Culture, Dennis Brown, Toots and The Maytals, The Skatalites, y más. Los ingresos también sirvieron para no detener el impulso creativo. Se compraron instrumentos, Bonetto una Gibson Les Paul del 62 e Illobre su primer teclado, un Kawai, con el que aprendió a tocar, y cada uno andaba con un cuaderno a cuestas para anotar las letras que se les ocurrían. Además de escribirles cartas a sus familias y amigos, les mandaban casetes firmados como Slice & Bobby que grababan con una portaestudio. De esas temporadas en Toronto salieron algunos temas que fueron parte del primer disco de Los Cafres, Frecuencia cafre -editado en 1994-, como “El romano”.
Por los cambios en las leyes migratorias canadienses y porque finalmente la oportunidad en el estudio Nelvana no había salido como esperaba, Bonetto decidió volver con su mujer a Buenos Aires a comienzos de 1992, listo para rearmar a Los Cafres. “Quería hacer todas las cosas que tenía adentro de la cabeza, todos los temas que habíamos hecho”, cuenta. Para Illobre la situación era distinta: él quería quedarse, estaba en un lugar soñado en el que tenía cerca a todas sus bandas favoritas y una estabilidad económica que nunca había tenido. Pero su madre enfermó de cáncer y él decidió volver para verla. De nuevo instalado en Argentina, se reincorporó a la banda, que de a poco empezó a conseguir shows gracias a los contactos que había generado Canedo dentro de la industria musical como manager. Cuando la madre de Illobre falleció, a la semana tocaron como teloneros de Los Fabulosos Cadillacs en Obras. “Eso fue un regalo que ella me dejó”, dice.
Bonetto e Illobre no habían sido los únicos que se habían ido del país durante el gobierno de Alfonsín: “Robba” Razul, el bajista, había partido a Chile, así que antes de pensar en una fecha en vivo había que conseguir un reemplazo en la base rítmica, uno de los pilares fundamentales en los años iniciáticos. Si había algo que sonaba bien de la primera etapa de Los Cafres era el tándem que habían formado el “Robba” con Canedo. La solución estaba más cerca de lo que pensaban: se quedaron con Gustavo Albornoz, que venía de Mercado Negro, la primera banda de Illobre, y era un fanático del reggae roots como el resto de los integrantes. Había aprendido a tocar el instrumento escuchando a Vivian Weather, el bajista de Linton Kwesi Johnson, y Ronald McQueen, el bajista original de Steel Pulse. También le encantaba Matumbi, el ska británico de The Specials, The Selecter y Madness, y había tenido un pasado cercano al punk-rock, como Bonetto, así que la banda no dudó mucho en darse cuenta de que él era el indicado.
En 1993, Los Cafres empezaron a tocar muy seguido, y el 18 de septiembre de ese año se ganaron la oportunidad de grabar su primer disco durante la presentación en la primera edición argentina del Reggae Sunplash Festival, que se organizó en Obras. Gastón Marletta de DBN discos los vio en vivo, con Bonetto apareciendo en el escenario con un traje símil ejército indio, que tenía la pasamanería dorada y un pañuelo violeta atándole los dreadlocks, y encontró a la banda que tenía que sumar a su catálogo, que ya incluía a los discos de RAS Records y Heartbeat Records, las discográficas con las que habían trabajado Gregory Isaacs, Black Uhuru, Israel Vibration, Culture y más exponentes del reggae. Además de la posibilidad de grabar Frecuencia cafre, DBN les ofreció mezclarlo en la Tierra Santa del reggae roots: Kingston, Jamaica. Eligieron a una leyenda, Errol Brown, que había trabajado en Tuff-Gong con Bob Marley, Marcia Griffiths, Culture y U-Roy, entre otros. La reacción del ingeniero de sonido jamaiquino frente a tracks como “El romano”, “La vela”, “Hasta cuándo” y “Sinsemilla” fue decir que no parecía un disco debut. “Somos una banda que desde el primer ensayo explotaba de onda y tenía mucho contenido. Y sabíamos de reggae. Teníamos mucho tiempo haciendo esto”, dice Bonetto, que viajó a Jamaica para la mezcla con Canedo, su hermano Diego Canedo -actual manager de la banda- y el sonidista Pedro Pearson.
Los Cafres seguían sumando fechas. Muchas eran con THC, la banda de Zona Sur que tenía entre sus integrantes a varios ex Boombo Klatt, como su vocalista Mariano Belgrano, y en La Luna, otro legendario local del under porteño ubicado en Medrano y Cabrera donde podías ver a Los Visitantes, Demonios de Tasmania, Suárez, Peligrosos Gorriones y más. Con un disco en la calle, esos recitales ya tenían otro ambiente. “La gente se sabía las letras”, recuerda Bonetto, que para entonces ya trabajaba en el segundo material, Instinto (15 años después de su lanzamiento en 1995, fue elegido por Rolling Stone como el mejor disco de reggae nacional de la historia). “El disco es buenísimo, pero está cantado como el orto. Lo escucho y me quiero matar”, dice Bonetto sobre su voz, que suena como empujada por la laringe. Pese a eso, Instinto definió el camino para el reggae local, no solo desde el sonido, sino también desde el mensaje: “Esto es Argentina y no Jamaica”, canta Bonetto en “Dreadlocks”. Aparte, el álbum tuvo su versión dub, algo que aún hoy es como una rareza por el poco conocimiento que había de ese género en ese momento.
En 1997, Suena la alarma fue el primer disco sin el guitarrista Gustavo “Tendón” Pilati, uno de los miembros que estaba desde la primera etapa, antes del viaje a Canadá. Además, por primera y única vez tuvieron producción externa, con los ex GIT Alfredo Toth y Pablo Guyot. Suena la alarma incluye el único tema dedicado a Diego Maradona que no lo menciona -“Capitán Pelusa”- y un sonido reggae lover que marcaría el futuro de la banda: la hermosa “Tus ojos”, con casi 52 millones de reproducciones, es el tema más popular de Los Cafres en Spotify.
Con nuevo baterista, el ex Satélite Kingston Sebastián “Sebolla” Paradisi, Los Cafres grabaron Espejitos. El disco, que salió en el año 2000, está muy influenciado por el recorrido que la banda empezó a tener en Latinoamérica: Los Cafres fueron invitados por los Cultura Profética a tocar en Puerto Rico y por Hermandad Rasta Sound System en México, allá por 1999, y se encontraron con un montón de público, más que el que tenían acá, que conocía sus canciones. Espejitos incluye el canto antiimperialista “Pirata Colón”, con el charango y la voz del Chango Farías Gómez, y “Waitin’ in Vano”, una versión en español del hit de Bob Marley, cantada a trío con Willy Rodríguez de Cultura Profética y Quique Neira de los chilenos Gondwana.
Sin embargo, en ese momento, la popularidad del grupo estaba limitada. La escena reggae no había explotado. Bonetto creía que había algo de injusticia en que Los Cafres no pudieran pasar al próximo nivel en cuanto a la difusión, saltar del under a las radios más populares y hacer crecer la convocatoria. La experiencia de los primeros viajes al exterior le daba más razones para creer que el reggae, y sobre todo Los Cafres, tenían el potencial para entrar al mainstream. En el plano económico, la banda no perdía dinero, pero tampoco generaba ingresos para que todos dejaran sus trabajos: el cantante seguía desempeñándose como ilustrador; Albornoz se había recibido de abogado en 1997 y había armado su propio estudio con unos colegas amigos; y Canedo, que había crecido como un hombre fuerte de la industria musical, después de la salida de Suena la alarma abandonó la banda para dedicarse de lleno a la empresa de booking y management que había fundado -actualmente trabaja con David Lebón, Miguel Mateos y El Cuarteto de Nos, entre otras-.
Con el cambio de milenio, Los Cafres empezarían a ver los primeros frutos del trabajo que habían hecho durante la década pasada. Después de grabar un disco en vivo en Hangar de Liniers, llegaron al estudio Circo Beat para registrar el disco más importante de su carrera: Quién da más, un compendio de joyas de reggae lover editado en 2004 que fue el álbum que propulsó a la banda a otra escala, tanto en popularidad como en lo musical. El primer tema, el hit “Si el amor se cae”, los metió en las radios y los convirtió en líderes de la segunda explosión del reggae argentino, una nueva era dorada para el género que terminó de sentar sus bases con Hagan correr la voz de Nonpalidece en 2006 e International Love de Fidel Nadal en 2008.
“Empezamos a vivir de la música, que es un reconocimiento muy saludable para un artista y hasta un milagro, porque es difícil”, dice Bonetto a quince años de ese logro. Para Illobre, que era el único que no tenía trabajo fijo, más allá de algunas fechas como DJ Casablanca, fue la oportunidad de ganar estabilidad y recomponer la relación con la madre de su hijo que había nacido siete años atrás. “Pude ayudarlos más económicamente”, dice. El tecladista es el autor de “Hijo”, otro de los highlights de Quién da más, que en 2013 Lionel Messi eligió como su canción favorita poco después de que naciera su primogénito Thiago. Hoy es uno de los temas seleccionados por el Cirque du Soleil para su espectáculo basado en la vida del mejor futbolista del mundo, Messi10.
“El canal que me dio Guille en el plano compositivo es algo que no pasa en todas las bandas. Pocos cantantes aceptan eso”, dice Illobre sobre, posiblemente, uno de los aspectos más importantes de la banda en el camino al éxito. A lo largo de su carrera, las letras de Los Cafres no estuvieron solo en las manos de Bonetto: Illobre y el guitarrista Tomás Pearson, que entró a la banda en 1995 y la dejó después de Classic Lover Covers (2009) -el disco con versiones reggae de temas históricos de The Cure, Kiss, los Rolling Stones y Luis Alberto Spinetta-, estuvieron a cargo de muchas de las letras, dándole a Bonetto la libertad para expandir el registro de su voz y sumarse a la melodía. “A mí me encanta ser instrumento”, asegura Bonetto.
Después de Quién da más, Los Cafres llegaron al Luna Park, grabaron otra vez un disco en vivo, y en el medio de un huracán de exposición masiva -para esa época se instaló el Día Reggae en los festivales de rock y la banda era uno de los headliners- decidieron sacar en 2007 dos discos editados en simultáneo, Hombre simple y Barrilete, que incluyó mucho trabajo de producción -“Lo terminamos en el estudio y yo seguí seis meses trabajándolo”, cuenta Bonetto- y sumó otra joya a la rotación radial con “Bastará”, con la participación del ex Matumbi Dennis Bovell. La capacidad de unir la tradición Cafre con la arquitectura de la canción pop para llegar a las radios, otra clave de su suceso, se volvió a repetir en El paso gigante (2011) con “Casi q’ me pierdo”. Pasado el período de festejos por los 25 años, que entregó un CD y un DVD grabado en La Usina del Arte, editaron Alas canciones en 2016, en el que dictaron un manifiesto sobre el contenido y las historias que movilizan sus letras: “No voy a preguntarle a la razón / Por qué quiere marcar a las canciones”.
Ahora, la banda está dándole los últimos ajustes al Volumen 2 de Hoy – 3Décadas. Como la primera entrega, este también contendrá inéditos -“La naturaleza”, el primer corte, lanzado en diciembre de 2019, es un tema que Bonetto compuso en los 90 y en YouTube se puede encontrar una versión acústica cantada para PelaGatos en 2006- y llevará la vibra de los ensayos, al igual que el Volumen 1. Bonetto, Illobre y Albornoz, los tres que están desde los comienzos de la banda, coinciden en que si hay algo que cambió poco en estas tres décadas es el espíritu lúdico que tienen cuando comparten tiempo en la sala de ensayo y cómo de esos momentos salen las mejores cosas. “Cuando necesitamos un poco de distensión, metemos una secuencia de acordes, un bajo y sale un tema. Es una banda que tiene muchísima creatividad y conexión”, dice Albornoz. “Yo escucho magia en los ensayos”, dice Bonetto.
Durante la producción de fotos de tapa, con los perros haciéndose amigos de un staff de seis personas que les invadió el jardín de su casa, Bonetto cuenta que él consume aceite de cannabis -un par de días antes, Illobre, que es vegano, me había contado que él empezó a usarlo hace cuatro años como reemplazo del alplax antes de irse a dormir- y me vuelve a hablar de la conferencia de prensa que habían armado por el lanzamiento de “La flor”.
“Los periodistas nos preguntaban cuál era la causa que íbamos a apoyar después de esto del cannabis medicinal”, dice el cantante. Mientras en las redes sociales, todo el mundo habla de todo y hace públicas sus opiniones, Bonetto sostiene que no le gustan las banderas “en general”. “Nuestra opinión es bien clara. Si la querés ver, te das cuenta qué es lo que pensamos”, dice, aunque reconoce que entre su público hay gente de todos los partidos y que por eso tiene que medirse.
En su música, Los Cafres también decidieron no embanderarse y romper algunos dogmas del género, siempre tan relacionado al rastafarismo. “Yo amo el reggae, pero descubrimos que había algo más que los símbolos, porque a veces los símbolos no nos pertenecen, pero sí nos pertenece lo que nos gusta y lo que amamos”, dice Bonetto, que después analiza cuál es el verdadero legado que Los Cafres dejan en el reggae latino después de haber encontrado la llave para que el sonido roots pueda cantarse en español con la misma profundidad que en Jamaica, Inglaterra o Canadá. “Le dimos libertad a mucha gente. Eso es lo más importante, porque hay mucha gente que sigue esclava del estigma de hablar de ciertas cosas, de la vestimenta, los tres colores, los dreadlocks”. Él dejó de tener dreadlocks en 2001, principalmente, porque era incómodo para la vida cotidiana -es padre desde hace 25 años y le complicaba hasta las tareas más simples con sus hijos como, por ejemplo, meterse a la pileta-, después porque no quería ser uno más de la escena y tampoco que lo confundiesen con que era parte del movimiento rastafarismo.
Así como reconoce que el rastafarismo tiene “una parte super luminosa como el autocuidado”, hay una parte más extrema con la que él no comulga. “El bobo dread es la ultraderecha del reggae. Ojo, amo a Sizzla y a Capleton, pero es mi forma de verlo. Ellos tienen otros motivos: son negros y fueron llevados como esclavos a Jamaica. No son inmigrantes, son descendientes de esclavos para siempre. Entonces, es justificable que sean radicales en su lucha, pero no me parece bien que haya discriminación a los blancos”, dice Bonetto. “Hay que pensar que la gran proyección del reggae fue gracias a que hubo un mestizo, Bob Marley, y él padeció el racismo porque era clarito. Así que el racismo es una mierda por donde lo mires. Es ir para atrás. Hay que entender las cosas como un todo. Tampoco me parece bien el musulmán, el cristiano, el judío y el católico. Estoy en contra de todas las religiones y a favor al mismo tiempo, porque todas tienen algo bueno, algo sagrado. Pero la verdad está en cómo mirás las cosas: es momento de avanzar y darse cuenta que el mensaje del reggae es que somos todos uno”.